Hay cosas que deprimen
En la vida, hay cosas que deprimen: perder el trabajo, el fin de una relación, la muerte de un ser querido... Esta enumeración, que en su generalidad no permite ver del todo el sufrimiento que se desencadena, nos dice que, dentro de lo que cabe, no dejan de ser situaciones "normales" de la vida. Quiero decir que, independientemente de la tristeza que nos producen, son avatares del mismo hecho de estar vivos. ¿Qué sucede, entonces, para que algunas personas "se vienen abajo"?
Quizás un ejemplo económico nos sirva para pensar: tenemos un nivel de ingresos que nos permite vivir, más o menos bien, con cierta dignidad. Pero pudiera ser que esos ingresos no nos permitan afrontar una situación extraordinaria: un problema de salud, una reparación importante en el hogar. O algo que, sin ser un problema, nos apetece hacer: un viaje importante, la renovación de la cocina. Si es algo de esto último, lo postergamos, esperando un momento mejor, o ahorrando, simplemente. Pero si se trata de algo urgente, ¿qué hacemos? Lo habitual es movilizar recursos: acudimos a la familia, a los amigos... En ocasiones, pedimos un crédito al banco. A veces con esto basta. A veces, comprobamos que algunas de las personas en las que confiábamos para estas situaciones extraordinarias no están allí, o descubrimos que el banco no confía en nosotros como creíamos.
Estas situaciones que nombrábamos al principio, quedarse sin trabajo, sin un amor o sin alguien cercano, son semejantes a la economía: hechos no muy frecuentes que exigen, para ser afrontados, movilización de recursos, en este caso, psíquicos. Quizás es suficiente con los amigos que nos consuelan y tiran de nosotros para salir, convencernos de que la vida sigue. Algunos nos ayudan a enviar currículums, si se trata de trabajo, o nos presentan nuevos amigos, si se trata de amor. Y con eso puede ser suficiente.
Pero en otros casos estas situaciones ponen de manifiesto algunos problemas que "estaban ahí", pero que parecían cosas de carácter, o ideas acerca del mundo. Hay personas inseguras. Cualquier cosa mala la viven como síntoma de que serán, o son, fracasados. Si tiene trabajo, o si alguien les quiere, se demuestra que no era cierto, pero si algo no sale bien, sólo se compadecen de sí mismos, se vuelven "pesados": ya te lo decía yo... era demasiado bueno para ser verdad, yo no puedo tener nada bueno que dure... Algunos se vuelven un poco paranoicos: yo sabía que fulanito o menganita, no iba a tolerar que las cosas me salieran bien, seguro que ha tenido que ver con lo que me ha pasado. Algunas personas muy exigentes consigo mismas se culpan íntimamente de lo que ha pasado, y al no poder reconocerlo, caen en una espiral de reproches hacia sí mismos, que les amargan y les vuelve difícil comenzar de nuevo.
Por eso, así como en el caso de la economía a veces los recursos se encuentran fuera del ámbito familiar o de amigos, a veces los refuerzos psíquicos se encuentran acudiendo a un profesional que, en primer lugar, permita movilizar los espacios de salud que todas las personas poseen. Muchas veces se trata de ver que no son los hechos en sí, que han ocurrido, los que nos han puesto mal, sino que éstos han servido de desencadenantes de modos de actuar o de pensar que no son los apropiados y que hasta ahora no habían sido puestos a prueba.
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